Un día recibes una llamada, o un mensaje. Y casi al instante te empieza a latir el corazón más rápido. Sabes que hay un animal abandonado, o herido o, quizás, en una situación muy difícil.

En ese preciso momento en el que eres plenamente consciente de lo que sucede sientes miedo, porque sabes que no vas a poder mirar hacia otro lado. Y da igual que no puedas afrontar más gastos y tampoco importa que no sepas exactamente como lo vas a hacer.

 

Conoces al animal y nunca falla. Ves en sus ojos el miedo, inseguridad y mucha confusión. Ese corazón está al borde quebrarse y cuando le acaricias y le dices que todo va a salir bien notas que, por un segundo, su respiración se vuelve algo más tranquila. Quizás no entiende lo que le dices, pero tú eres la primera persona que le brinda una caricia y algo de estabilidad en mitad de todo ese huracán que está viviendo.

 

Nada de lo que suceda en adelante será fácil.

La mayoría de esos animales son muñecos rotos. Tienen miedos, han sido abandonados incluso fueron maltratados y lo único que puedes hacer es trabajar cada segundo para que su mundo vuelva a tener luz y colores.

Todo es un proceso lento. Pero un día ese animal tiene ganas de jugar, duerme relajado y te das cuenta de que todo está mereciendo la pena. Cada vez está más cerca de poder conseguir una familia.

 

Echar la vista atrás y mirar las fotografías que vas a ver en este apartado es recordar cada anécdota, cada esfuerzo hecho, cada juego y también cada lágrima.

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Porque el día que los conocimos les hicimos una promesa a todos y cada uno de ellos. Que íbamos a hacer que el sol volviera a brillar en sus vidas y que no pararíamos hasta encontrarles la familia que se merecen.